dijous, 1 de març del 2012

El pla de jubilació de Rodríguez Ibarra

Un altre "macarra" de la moral que s'ha passat tota la vida sermonejant a la gent i donant lliçons d'ètica i moral progressista. El socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra, president de la Junta de Extremadura durant vint-i-cinc anys, s'ha procurat un pla de jubilació fet a mida molt generós i exclusiu.

Com explica l'historiador Joan B. Culla en el següent article que va publicar El País fa uns dies, "el que resulta més escandalós és el contrast entre el discurs i la conducta". Rodríguez Ibarra ho té clar: la solidaritat ben entesa comença per un mateix. Us recomano la seva lectura.


Quiero ser Rodríguez Ibarra


El expresidente se prejubiló con el sueldo íntegro, un 30% más de lo que cobran sus colegas catalanes

No teman, no he bebido más de la cuenta, ni me he fumado nada, ni sufro ningún trastorno de personalidad, ni pretendo provocar a los amables lectores. La afirmación que encabeza este artículo va completamente en serio, y no significa que envidie la trayectoria política, ni la filiación, ni las ideas de don Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Lo único que envidio —et pour cause— es su estatus laboral.

Verán: según informó un diario de Madrid —sin que nadie lo haya desmentido ni enmendado—, tras haber sido durante 24 años (de 1983 a 2007) presidente de la Junta de Extremadura, el señor Rodríguez Ibarra decidió reincorporarse a la docencia universitaria. Una tarea que había ejercido muy brevemente en sus mocedades pues, contratado como penene por la Escuela de Formación del Profesorado de Badajoz en 1974, tres años después obtenía un escaño en el Congreso y, por tanto, comenzaba a gozar de una serie de excedencias por cargo político que se sucederían unas a otras hasta julio de 2007.

Reincorporado, pues, a lo que entretanto se había convertido en una plaza de profesor titular de escuela universitaria en la Facultad de Educación de la Universidad de Extremadura (UEX), don Juan Carlos dispuso de un semestre entero para ponerse al día, sin impartir una sola clase, hasta que empezó a hacerlo en enero de 2008, en las materias de Introducción a la Lingüística y Análisis del Discurso Periodístico Español, se ignora con qué cifras de alumnos. Su magisterio, en todo caso, iba a ser efímero —apenas un curso y medio—, ya que en septiembre de 2009 solicitó y obtuvo la prejubilación nueve años antes de la edad legalmente establecida para ello, que está en los 70 años.

A esta breve sinopsis deben añadírsele algunos detalles nada baladíes. Uno, que el expresidente se prejubiló con el sueldo íntegro y que el de los profesores de la UEX es, como promedio, de 4.200 euros al mes; o sea, un 30% más de lo que cobran sus colegas catalanes, incluso con categoría superior, 35 años de antigüedad y todos los trienios y sexenios posibles. ¡Quién fuera extremeño! Dos, que la jubilación de Rodríguez Ibarra —y de otros 69 compañeros de claustro— fue “incentivada”, de modo que, además del sueldo, perciben una prima o complemento que puede llegar a ser de 18.615 euros al año hasta que, cumplidos los 70, pasen a cobrar la pensión máxima. Tres, que el marco jurídico bajo el que se ampara semejante chollo —o sea, el convenio entre la Consejería de Educación de la Junta y la Universidad de Extremadura— fue aprobado (con una previsión presupuestaria de 14,5 millones de euros) y rubricado por el Gobierno extremeño en abril-mayo de 2007, todavía bajo la presidencia de un Rodríguez Ibarra a punto de cesar en el cargo. Y cuatro, que esas doradas prejubilaciones solo se convocaron en 2008 y en 2009, siendo el exmandatario uno de los últimos en haberse podido acoger a ellas gracias a que ya tenía 61 años. ¡Menuda suerte y menuda puntería!

Así las cosas, al margen de las irregularidades que el Tribunal de Cuentas parece haber detectado en ese plan de jubilaciones tan generoso como exclusivo, por encima del agravio comparativo para miles de docentes que decuplican los años de ejercicio del profesor Ibarra pero jamás se podrán jubilar en sus mismas condiciones, lo que resulta más escandaloso es el contraste entre el discurso y la conducta. Juan Carlos Rodríguez Ibarra, el paladín del “meridionalismo” socialista, aquel que se pasó un cuarto de siglo cultivando los complejos de inferioridad de sus paisanos para traducirlos en votos, el abogado integérrimo de la igualdad entre todos los españoles, el crítico despiadado de las “comunidades ricas” (Cataluña y Euskadi, mayormente) con sus “privilegios” y sus superfluos “gastos identitarios”, el que reclamaba sin descanso transferencias de renta hacia Extremadura en nombre de la solidaridad, ha acabado por concluir que la solidaridad bien entendida empieza por uno mismo.