dilluns, 25 d’agost del 2014

El que passa, convé (o com Pujol ha liquidat per sempre la Transició)

El que passa, convé. Lo que sucede, conviene. 

Aquesta frase curta, extreta del llibre El càtar imperfecte, explica sense embuts el que està passant en aquest país des que Jordi Pujol va confessar que amaga uns quants milions d'euros en paradisos fiscals des de fa més de trenta anys. I el que està passant, entre moltes altres coses, és que amb aquesta confessió el país tanca definitivament un període clau de la seva història, la Transició. Sí, la Transició, que contrariament al que molts pensen (ingènuament) encara continuava viva, molt viva, entre nosaltres. Si més no, els seus efectes.

Els artífex del consens...
Al país li convé el que està passant. A tots ens convé el que està passant. Convé tancar aquest període de pornografia política d'una vegada per totes. Encara li haurem de donar les gràcies a l'ex molt honorable per aquest darrer servei al país. Conyes a banda, el cert és que la visió idíl·lica que sempre ens han venut de la Transició mai s'ha ajustat a la realitat. 

Darrere del famós consens de la Transició hi ha quelcom més. Hi ha corrupció a cabassos, política i econòmica. Amb l'argument que calia construir un país modern i europeu i edificar un futur en pau, els partits van pactar no passar comptes amb el passat, no restituir la legalitat de la República, assumir un cap d'Estat nomenat pel dictador i no emprenyar a les elits econòmiques, empresarials i funcionarials del règim franquista. L'operació, com explicava fa uns dies l'Albert Sáez a El Periódico en un magnífic article, es va arrodonir creant "un mètode de finançament dels partits polítics que evités la sensació que la democràcia era més cara que la dictadura".

'De aquellos barros, estos lodos'. El resultat de tot plegat el coneix tothom: continuen manant els de sempre (les elits, la casta), la corrupció s'ha generalizat (els partits acumulen centenars de casos, que afecten fins i tot a la família reial) i la democràcia de senyoreta Pepis que tenim està més amenaçada i afeblida que mai. La Transició ha generat corrupció i immobilisme i molta frustració entre les noves generacions, que cerquen en moviments com Podemos o el sobiranisme català noves formes d'expressió i participació política.

Pel que fa a la vessant pacífica d'aquest període tan sacralitzat, perdoneu-me el sarcasme: ningú no recorda ja els centenars d'assassinats comesos per ETA, els GRAPO o els GAL, entre d'altres? Au, vinga.


L'escàndol Pujol ha liquidat la Transició d'una patacada al ventre. Per sempre. Ja era hora. Qui ho havia de dir.
Gràcies, president.

divendres, 22 d’agost del 2014

En el món islàmic habiten els nous bàrbars

Lúcid, molt lúcid, aquest article de l'Enric González. El subscric completament.

Enric González / Los nuevos bárbaros
(Jot Down / Agost 2014)

James Foley
Las imágenes del asesinato de James Foley, uno de esos periodistas que dignifican el oficio y, según quienes le conocían, una de esas personas que dignifican la especie, son repugnantes. También asquea el jolgorio con que se difunden por la red. No creo, sin embargo, que convenga evitar su visión, porque contienen un elemento informativo relevante. Se trata del discurso del asesino, parte del cual Foley fue forzado a recitar. Ya saben, la culpa de todo es de Estados Unidos y de Occidente en general, de las agresiones imperialistas, de la arrogancia de los infieles, etcétera. Es bueno recordar lo que dicen los sociópatas del Califato y compararlo con un cierto discurso, frecuente entre la izquierda europea, en el que aparecen argumentos similares. Se trata de un discurso tan obtuso e impresentable como el del sociópata británico que decapitó a Foley.
Seamos claros: en el mundo islámico habitan los nuevos bárbaros. La gran mayoría de los musulmanes son gente pacífica y más o menos razonable, como lo eran la mayoría de las tribus bárbaras que se acumulaban junto a las fronteras del Imperio romano y se adentraban poco a poco en él, sin especiales problemas de convivencia. El colapso de Roma y del imperio de occidente no se debió a una voluntad específica de invadir y destruir por parte de esas tribus, que en cualquier caso se regían por valores incompatibles con la civilización romana (igual que ocurre ahora con el islam y los valores de libertad y representación democrática), sino a las guerras internas de los bárbaros. El empuje de nuevos grupos procedentes de Asia provocó el caos más allá del limes y ese caos se derramó sobre una Roma decadente, dispuesta a pactar lo que fuera porque se sentía incapaz de defenderse.
La situación, ahora, no es muy distinta. El islam sufre una compleja y violentísima guerra interna, cuyo eje más visible, pero no único, es el enfrentamiento entre el sunismo, tradicionalmente dominante, y el chiísmo, revitalizado desde la revolución islámica iraní de 1979. Esa fue la única revolución del siglo XX, como subrayaba el historiador Eric Hobsbawm, que no se remitió ni de lejos a los valores de la Ilustración, la razón y las libertades, sino todo lo contrario. El chiísmo ha desarrollado grupos fanáticos como los Guardianes de la Revolución en Irán o Hezbolá en Líbano; del sunismo están surgiendo aberraciones cada vez más estrambóticas, desde Al Qaeda al Estado Islámico.
Estados Unidos y sus aliados, lo que llamamos Occidente, han cometido gravísimos errores y agresiones intolerables. Por supuesto. Francia y Gran Bretaña se repartieron sin escrúpulos las ruinas del imperio otomano (1916) y sometieron de mala manera a las poblaciones locales; Washington aupó a la atroz dinastía wahabista de los Saud (1932) a cambio de explotaciones petrolíferas; la CIA acabó con Mohamed Mossadegh (1967) y destruyó las expectativas de un Irán libre; Jimmy Carter y Ronald Reagan armaron y financiaron a los muyahidines en Afganistán desde 1979; George W. Bush organizó dos invasiones, la de Afganistán (2001) y la de Irak (2003), extremadamente cruentas en lo militar y fallidas en lo político. Existen muchos más ejemplos. Pero debemos ser conscientes de que el problema musulmán viene de muy lejos y es musulmán, no occidental. El islam ha sido incapaz de confrontarse con la modernidad y en su expresión más contemporánea, la que arranca con la descolonización, ha rebotado sin cesar entre las dictaduras nacionalistas y las llamaradas hiperreligiosas. La clave está ahí.
Existen países musulmanes no estrictamente calamitosos, como Indonesia o Marruecos. El panorama global sí lo es. La llamada primavera árabe, un proceso antiautoritario rápidamente sofocado (aunque no extinguido) por las tensiones de fondo, demostró que son pocos los que reclaman libertades. Por debajo del macroconflicto histórico, la guerra entre suníes y chiíes por el dominio geoestratégico y religioso, hierven casi todos los problemas concebibles: la citada e interminable pugna entre militares e islamistas, una corrupción prodigiosa, una evidente incapacidad para alcanzar un aceptable desarrollo económico, una natalidad desbocada y, muy al fondo, el empecinamiento en mirar al pasado y no extraer de él más que recuerdos de humillaciones, reales o inventadas, que exigen venganza. La crueldad casi caricaturesca de las bandas ultrayihadistas (el gran Jon Lee Anderson las compara, en un muy recomendable artículo publicado en The New Yorker, con Los Zetas del narcotráfico mexicano) se ha convertido en un lenguaje, un mensaje y un programa político. Más allá de los degüellos, decapitaciones, crucifixiones y torturas diversas no hay nada más que ensoñaciones de un pasado remoto, frustración, estupidez y furia en estado puro.
No vale la explicación de que las sociedades violentas, como las árabes, generan violencia. Hasta una cuarta parte de los efectivos del Estado Islámico, unos dos mil o tres mil, proceden de Europa. De Londres, de Madrid, de París, de Milán, de Barcelona. De ciudades abiertas y tolerantes. Tampoco vale esgrimir la tragedia palestina: esa tragedia es real, muy real, pero los países árabes no son menos despiadados que Israel cuando se trata de los palestinos. Israel se ha convertido en una coartada cómoda para justificar un inmenso fracaso colectivo.
El hundimiento de las sociedades musulmanas es rápido y generalizado. Siria, Libia, Sudán, Irak, Egipto, son en la práctica estados fallidos, como Afganistán. Pakistán representa el peor peligro de crisis nuclear. Los países más ricos, los que disponen de tesoros fabulosos gracias al petróleo, hacen lo posible por empeorar las cosas exportando fanatismo (caso del wahabismo saudí) o financiando a los fanáticos (Catar ha sustituido a Siria como patrón de Hamás y respalda de forma encubierta a los sociópatas del Califato). La frustración acumulada por los nuevos bárbaros lleva tiempo derramándose sobre Europa y, en menor medida, sobre Estados Unidos. Es el gran problema contemporáneo y conviene encararlo con lucidez y sin gilipolleces bondadosas.
No, el responsable de los atentados del 11-M no fue Aznar por sumarse a la invasión de Irak: fueron los yihadistas. No, los estadounidenses no se buscaron los atentados del 11-S: fueron los yihadistas. Si esa minoría fanática e hiperactiva, que dura ya bastantes generaciones y acumula rabia y locura, no es derrotada y suprimida, el caos musulmán se desplomará definitivamente sobre el planeta. La tolerancia con otras culturas carece de sentido cuando hablamos de teocracias delirantes, déspotas grotescos, opresión y miseria. La represión sanguinaria de El Assad, la brutalidad de Al-Sisi, el sectarismo de los Hermanos Musulmanes, el fundamentalismo saudí, la diplomacia criminal de Catar y la locura asesina del Estado Islámico son lados distintos de una misma figura geométrica. Esta es una guerra por la civilización. El tipo de guerra que perdió Roma.

dimecres, 6 d’agost del 2014

El moment dels carronyaires

Després de constatar que Pujol també té un costat fosc, com tothom (qui n'estigui lliure, que llanci la primera pedra), alguns ja comencen a separar el gra de la palla... La decepció, la ràbia i la indignació que causa el seu afer amb els diners ocultats en paradisos fiscals durant més de trenta anys no pot enterrar de sobte, com alguns pretenen, la seva obra de govern ni la seva dimensió intel·lectual.



Després d'immolar-se públicament, avui, apuntar-se al linxament del personatge és el més fàcil. Intentar desacreditar tot el que ha fet, també. Utilitzar aquest escàndol per torpedinar el moviment sobiranista, més encara (només cal escoltar a il·lustres representants del partit dels sobres, que mentre els 'seus' entren a la presó donen lliçons de moral i ètica política).

Com diu en Marçal Sintes en aquest encertat article, és el moment dels carronyaires i no s'hi pot fer res. Caldrà esperar el judici de la història. De moment, que Pujol respongui davant dels tribunals dels seus actes. Ara sí que toca.


Marçal Sintes (El Periódico, 5 d'agost de 2014):
Semprún, Pujol, García Márquez
Una vegada em vaig creuar amb Jorge Semprún al carrer de Pelai de Barcelona. Em vaig quedar, com se sol dir, glaçat. Paralitzat. Tant, que no vaig ser capaç de dir-li res. Ell avançava sol, lentament, mentre jo restava allà, a la vorera, palplantat. No vaig obrir boca i això que li hauria pogut dir moltíssimes de coses. Dels seus llibres, de la seva atzarosa vida, de la profunda admiració que sentia, i sento, per la seva obra i per ell... Però l'emoció, ja dic, em va vèncer. Des de la universitat vaig fer esforços per convidar-lo a venir a Barcelona, però va ser inútil. Quan semblava que el viatge era possible, ell va emmalaltir, va ser ingressat i ja no va refer-se.
No sóc gens aficionat, ni gens partidari, d'idolatrar ningú. Entre d'altres coses, perquè en la majoria de casos, que algú sigui un gran escriptor, un gran pintor, un gran metge o fins i tot una persona entregada a la solidaritat i a ajudar el proïsme no garanteix que sigui una bona persona. O que no tingui flancs, tombants, desagradables o definitivament condemnables. Si no vols tenir disgustos, el meu consell és que evitis conèixer gaire a fons el teu cantant preferit.
Tanmateix, en el cas de Semprún em va saber greu haver deixat passar l'ocasió d'adreçar-m'hi, de conversar amb ell encara que fos breument. Suposo que es deu al fet que la meva admiració no era només literària en el sentit estricte. Sinó també ètica, és a dir, que anava -va- més enllà dels seus llibres i conferències. No sé ben bé com expressar-ho o definir-ho, però la meva admiració era -és- integral: per l'intel·lectual i per la persona (fins i tot pel ministre).
Entenc perfectament que a molta gent el tèrbol episodi dels diners a l'estranger de la família Pujol li hagi causat un estupor total i una aguda tristesa. Desolació. Pujol ha estat, al meu entendre, un dels grans polítics catalans i europeus de les darreres dècades. El seu compromís, gairebé obsessió, amb Catalunya i la causa dels catalans resulta indubtable. És, a més, un intel·lectual notable, d'una gran potència de pensament, afavorida per la seva insondable memòria. Jo mateix l'admiro, a desgrat de no compartir alguns dels seus punts de vista, i que la nostra sensibilitat en diverses qüestions no és la mateixa. De Pujol, dels seus discursos, dels seus escrits, de la seva acció de govern, de la seva conversa, n'he après moltes coses, moltíssimes, i li estic agraït per això.
És evident que en el tema dels diners -en com els va gestionar, o, pel que sembla, no els va gestionar- l'expresident s'ha equivocat immensament i incomprensiblement, almenys a ulls dels que ens ho mirem des de fora del seu cercle íntim i familiar. No seria estrany, a més, que del que ha succeït en coneguem avui només la punta de l'iceberg, i que l'afer es compliqui de manera infernal. El que crec que és just en aquesta qüestió és que Pujol -i qui sigui a més d'ell - respongui dels seus actes. Davant Hisenda, davant la justícia, davant el partit que va fundar i davant la gent del carrer. Són les regles del joc. I en política, i més en la política d'avui, les regles del joc són especialment dures, gairebé cruels.
Aquesta crueltat s'encarregaran de confirmar-la aquells que provaran de linxar Pujol i cobrir de porqueria tot el que ha dut a terme al llarg de la seva vida, que és molt. De fet, alguns ja han començat puntualment a treballar amb aquest objectiu. Per descomptat, veurem també l'afany de molts per, utilitzant l'escàndol, provar de desacreditar el catalanisme o trencar l'espinada del sobiranisme popular. És el moment dels carronyaires. És així i no s'hi pot fer gran cosa.
Però també crec, vull creure, que les coses, amb el temps, s'acabaran situant en el terreny de la raonabilitat i l'equilibri. Per dir-ho clar: la historia considerarà Pujol un gran polític, un bon governant i un gran intel·lectual. Malgrat els que s'esforcen i s'esforçaran a impedir-ho, al final el gra i la palla es destriaran.
Ha passat així infinitat de vegades. Em ve al cap, per exemple, els honors que Barcelona està rendint a l'escriptor Gabriel García Márquez -medalla d'Or de la Ciutat, i un carrer i una biblioteca es veu que duran el seu nom. El colombià rep tota classe de lloances a la seva literatura, barrejades amb recordatoris un xic provincians dels seus anys barcelonins. I em sembla bé, a pesar que Gabo, com tothom sap, va legitimar sense descans el règim de Fidel Castro i va acceptar totes i cadascuna de les prebendes, regals i homenatges que el dictador li va brindar. Això no treu, de cap manera, que García Márquez sigui un escriptor excel·lent, tot i que, almenys per a mi, molt diferent de Semprún.