dimarts, 3 de gener del 2012

Rajoy, el socialdemòcrata

Los 'borjamaris' están enfadados
Irritación en sectores de la derecha madrileña por el ajuste 'socialdemócrata' del Gobierno de Rajoy
Los borjamaris están enfadados con Mariano Rajoy. Borjamari: dícese en Madrid del pijerío de derechas, pantalón de pinzas, camisa de marca, preferentemente a rayas, un toque de gomina y el jersey colgado del cuello los domingos al mediodía en la sierra o en las terrazas invernales del barrio de Salamanca. Están enfadados con Rajoy porque llegaron a creer que con la apabullante victoria del Partido Popular, Friedrich Hayek, apóstol libertario, iba a entrar en el recinto de la Moncloa a lomos de un caballo blanco. Y en un plis-plas, liberalismo por aquí, liberalismo por allá, problema resuelto y en España empieza a amanecer. Ahora descubren, alarmados, que también hay plaquetas socialdemócratas en la sangre fría del marianismo. ¡Será posible!
Se detecta estos días un difuso malhumor en el Madrid de derechas. En el circuito mediático, porque esta vez no hay balcón de Carabaña (escena de la Semana Santa de 1996 en la queJosé María Aznar y Rodrigo Rato se fotografiaron junto al director del diario El Mundo en señal de camaradería y complicidad) y ello significa que la jerarquía entre las cuatro cabeceras que se disputan el patronazgo del centroderecha español tardará tiempo en estar clara. Hay disgusto en los barrios bien, que no contaban con el sablazo socialdemócrata en el IBI y en la tabla del IRPF. Y hay algo más que un ligero mosqueo entre quienes quisieron creer que la victoria del PP constituía, en sí misma, una solución a la crisis. Así como existe un pensamiento Alicia de izquierdas (todo se resuelve con buenas palabras, técnica mediática y voluntad, basta con cerrar los ojos y explicarlo con un buen encuadre en el telediario de las tres), también hay un pensamiento mágico de derechas. El votante del PP con sobredosis de tertulias radiofónicas se ha tenido que comer estos días la dogmática de siete años de ruda oposición. ¡No vamos a subir los impuestos! Caray, convendremos en que no es un bocado de fácil digestión.
Les queda el magro consuelo de que todo sigue siendo culpa de los socialistas: esos dos puntos de déficit oculto. Las personas inteligentes saben, sin embargo, que esa desviación no era ningún secreto para los contables del partido ganador. El poso más oculto del déficit se halla en las cuentas autonómicas y ya han pasado cinco meses desde las elecciones regionales. Tiempo más que suficiente para mirar bajo las alfombras. Cinco meses en los que en España ha reinado un sepulcral silencio, sólo roto por el ruido de las tijeras en los hospitales y ambulatorios de Catalunya.
Es una cuestión de bolsillo y de psicología. A nadie le gusta pagar a Hacienda hasta el 52% de un empleo muy bien remunerado –56% en la sueca Catalunya–, pero en el planeta Borjamari no todos se retratan con la nómina. Para algo se ha inventado la ingeniería financiera. Ahí entra en juego el factor psicológico. El reparto progresivo de los sacrificios tiene hoy mala prensa porque se ha instalado en la sociedad la idea de que siempre pagan los mismos. Los de en medio con nómina. Los de en medio que miran hacia arriba. Desde el inicio de la crisis, los datos cruzados de las encuestas del CIS vienen detectando un mayor nerviosismo e irritación entre los segmentos de mayor renta que entre las clases humildes, aparentemente más pacientes o resignadas. Tiene una cierta lógica. El miedo a perder también causa sufrimiento. El miedo a perder posición en un país en el que el estatus es muy importante desde el tiempo de los hidalgos no es un asunto menor.